Reglamentos y Estatutos

Reglamentos y Estatutos

La peña se dotó de un reglamento y de unos estatutos abiertos, esto es, que iban variando de año en año en virtud de las circunstancias, sometiéndose a votación de los socios al final de cada temporada los cambios a introducir para la temporada siguiente. Una vez aprobados, estos cambios eran inmodificables hasta la finalización de la temporada, en que volvían a someterse a votación aquellos otros cambios propuestos por cualquiera de los socios a lo largo del año durante las reuniones semanales; sin embargo, no todas las propuestas eran sometidas a votación sino sólo aquéllas que tras su estudio previo por parte de la directiva -léase Miguel-, éste creyese conveniente su inclusión a debate. El secreto para las votaciones establecido durante los años setenta y ochenta sería derogado en reglamentos posteriores, quizás porque en alguna ocasión la reserva del voto pudo dar al traste con alguna propuesta de la directiva. Aquellos otros asuntos de menor interés acordados en las reuniones semanales de los viernes no podían ser rechazados por quienes no hubiesen asistido a la reunión en cuestión.

foto1Como primera medida, se eligió un lugar de reunión y un horario: los viernes, de 8,30 horas a 10 de la noche en invierno y de 9 a 11 en verano. Del original bar Granados se pasó al bar Gabino, en la plaza del Campillo Bajo, y cuando Gabino traspasó el negocio el nuevo lugar de reunión elegido sería el bar el Albergue. Gabino disponía de un local situado en la misma plaza del Campillo Bajo, frente al bar, que era utilizado como almacén, donde todos los viernes preparaba una habitación para reunión de la peña, con unas mesas dispuestas al efecto y servidas por uno de los camareros del bar. Cuando finalizaban las reuniones, que siempre era después de la hora que los estatutos marcaban, algunos de los asistentes la prolongaban en el cercano bar el Albergue, en la calle San Pedro Mártir, a veces hasta la hora de cierre de éste ya avanzada la madrugada; de ahí que cuando a Gabino le llegó la hora de la jubilación y traspasó su negocio por carecer de descendientes que lo continuasen, la elección del nuevo lugar de reunión estaba clara: el bar de Luís, cuya buena disposición y amabilidad fue la tónica de los últimos años, atendiendo a las personas que preguntaban por la peña o por alguno de sus socios y colaborando donando trofeos. (Otro lugar habitual de reunión, aunque en días y horas aparte de las oficiales marcadas en los estatutos, era la taberna de Silvestre en Pinos Genil, donde ponía a disposición de la peña un pequeño reservado en el que, tras la jubilación de Silvestre, Juan Rojas nos siguió atendiendo de maravilla).

A pesar de que, como decimos, los estatutos eran sometidos a votación de los socios, no obstante en ellos se entrevé por todos los resquicios la mano de Miguel, no sólo porque en su redacción se descendía hasta el detalle, pues su meticulosidad le hacía prever cualquier contingencia que pudiera presentarse -como por ejemplo el criterio a adoptar en caso de empate en las clasificaciones, que, como medida salomónica, era el sorteo- sino por muchos detalles y aspectos donde, los que le conocimos, vemos sus gustos y aficiones. La admisión de un nuevo socio se decidía por votación -pensamos que de los asistentes a la reunión en la que la cuestión era sometida, aunque los estatutos no lo aclaran-, al que se le exigía una cantidad en metálico por derechos de inscripción, que para el año 1992 se estableció en 1000 ptas., mientras que los estudiantes y menores de 20 años sólo pagarían 500 ptas. De igual forma se establecía una cuota semanal de 100 ptas. por socio, que para los mayores de 65 años se rebajaba a la mitad, 50 ptas. También se fijaba en los estatutos una cierta deferencia hacia estos socios mayores, a quienes al cumplir la edad establecida para la jubilación se les entregaría una placa nombrándolos “socios de honor”.

foto2Puesto que los “Amigos del Purche” se caracterizaban por su afán competitivo, se establecía un sistema de puntuaciones para los participantes en las marchas y excursiones, de forma que a los ganadores se les entregaba al final de la temporada, en la comida anual que se celebraba tras la finalización de ésta, un trofeo generalmente donado por un organismo oficial o una casa comercial. Este sistema de puntuación se fijaba en dos puntos para las excursiones de baja montaña, tres para las de alta y cuatro para las travesías invernales, debiendo de obtenerse un mínimo de 30 puntos para optar a trofeo, o 20 en el caso de participantes femeninos; quienes no completasen el recorrido total o no subiesen hasta la cumbre de la montaña que daba nombre a la excursión correspondiente perdería un punto. Con el fin de dar el máximo de oportunidades a todos los socios, aquéllos que por circunstancias no pudiesen realizar una de las marchas programadas podían optar a conseguir los puntos realizando el mismo recorrido el primer domingo de descanso siguiente; eso sí, comunicándolo en la reunión del viernes anterior. Así mismo, puesto que algunos socios participaban en las diversas pruebas de maratón que de forma oficial se celebraban en Granada, éstos podían obtener los puntos establecidos para la salida de esa semana siempre que corrieran con el nombre de los “Amigos del Purche”.

Se determinaba el programa y el calendario de excursiones para todo el año (el mes de agosto era oficialmente de vacaciones, aún cuando las excursiones no se interrumpían nunca), fijándose dos salidas seguidas de baja montaña, en domingo, y a continuación una de descanso, mientras que para las de alta montaña se establecía una semana de descanso después de cada excursión. El hecho de descansar (repetimos, oficialmente) un domingo entre cada marcha de alta montaña venía establecido, más que por la dureza del recorrido en sí o la necesidad de recuperar fuerzas, por el hecho de que la peña sufragaba los recorridos de alta montaña y las travesías invernales con el 75% de los gastos de locomoción y estancia (era el caso, por ejemplo, de Trevélez, donde se hacía noche en el pueblo), lo que suponía la inversión casi total del escaso presupuesto del que se disponía, que obligaba a espaciar estas salidas puntuables, aunque después se hiciesen de forma particular.