Baja Montaña

Baja Montaña

ellorrieta.jpgLa temporada daba comienzo con la subida al Trevenque el día de Navidad o el domingo más cercano al primero de enero y finalizaba en el mes de noviembre con la prueba “Miguel Gentil”. El domingo inmediatamente anterior al día de Navidad se colocaba un belén en el Purche, hecho que era seguido de una comida de hermandad y la correspondiente entrega de trofeos. Entre ambos acontecimientos inamovibles, el resto de salidas se repetían también invariablemente de año en año; tan sólo la climatología alteraba en ocasiones el calendario perpetuo establecido por la directiva, para desesperación de algunos socios de los últimos tiempos, que en ocasiones les hubiera gustado introducir alguna variación y veían como sus propuestas eran invariablemente desechadas, cuando no simplemente ignoradas.

Algo que caracterizaba a la Peña “Amigos del Purche”, que la diferenciaba del resto de peñas montañeras granadinas, era la costumbre de correr en la montaña -“a paso de maratón”, solía decir Miguel- cuando el terreno era favorable: casi siempre en bajada, por lo común también en llano y no pocas veces incluso subiendo, aunque bien es verdad que esto último sólo por algunos que formaban lo que se solía denominar como “la primera división” (José Luís, Pepe Serrano, Nono, Pedro, Osorio...) Esta particularidad de correr en la montaña provocó que la Peña fuese criticada, ya desde sus primeros años, por algún que otro grupo montañero granadino, seguramente más por envidia que por maledicencia. Pero también trajo consigo que finalmente la Peña desapareciese como tal ante la dificultad de renovarse con la entrada de nuevos socios, pues la dureza que se imprimía en las excursiones, tanto en las de baja como alta montaña, hizo que pocos de los que llegaban a ella nuevos se quedasen.

carrajon1A este respecto, no me resisto a contar la experiencia de mi primera excursión con los “Amigos del Purche”. Recién ingresado en la peña inicié mi etapa de “purcherete” con la subida al Cerrajón del Purche (el itinerario para aquél día era Monachil-los Cahorros por la vereda de la Solana-Central de la Vega-Cerrajón-Purche-Pinos Genil). Con escasa preparación física, al bajar del autobús en Monachil e iniciar la subida hacia el Puntarrón me mentalicé en seguir a quien yo consideré más igualado conmigo, por lo que me coloqué detrás de Pedro pensando que, como cojeaba, me sería fácil seguirlo (e incluso ayudarle si fallaba). Al llegar a la era de los Cahorros ví con sorpresa que todos comenzaron a cambiarse de ropa, quedando en pantalón de deporte para, según dijeron, correr, cosa que yo desconocía y de la que nadie me había informado hasta ese momento. Puesto que no había llevado pantalón corto decidí continuar para ir ganando terreno mientras los demás se preparaban, hasta que un poco más arriba me adelantaron todos corriendo y, para mi asombro, Pedro no sólo iba el primero sino que era el que más corría. Aquella visión me desmoronó pues pensé que si el que cojeaba corría así cómo serían los demás. Menos mal que Juan Valladares -“san Juan de Dios Valladares”-, al verme que me quedaba el último, se detuvo para acompañarme y animarme a seguir. Pero ahí no acabó la cosa. Como ya nos habíamos quedado muy rezagados con respecto al resto del grupo, Juan propuso que en lugar de seguir por la vereda que desde la central de la Vega lleva hasta la cumbre del Cerrajón, nosotros acortásemos camino subiendo por la pista que arranca desde la central y que en zig-zag conduce hasta el Purche. Cuando iniciábamos la subida de la pista oímos voces a lo lejos del “compadre” Miguel para decirnos que había dejado al grupo y se volvía para seguir con nosotros. Hacia la mitad de la subida a mí me faltaban las fuerzas; sólo me ayudaba a seguir las palabras de ánimo de Juan; no obstante, en mi fuero interno iba pensando que, si yo iba mal, peor debía de encontrarse el que venía detrás pues aún no había conseguido alcanzarnos a pesar de nuestra lentitud, hasta que en una de las curvas que hacía la pista, ya casi al final de lo más duro de rosales1la subida, giré la cabeza para ver la distancia que nos separaba de él, viendo con asombro que el “compadre” Miguel se encontraba sólo unos metros detrás de nosotros tumbado en el suelo haciendo flexiones; y es que durante todo el ascenso lo que había ido haciendo fue que, tras alcanzarnos, se paraba para hacer flexiones, dándonos a continuación unos metros de distancia para volver a pararse y seguir con las flexiones, cosa que yo, incapaz siquiera de poder volver la cabeza, no observé hasta que nos encontrábamos casi al final de la ascensión. Fue otro hundimiento de moral que, unido a la falta de preparación y a la, para mí, dureza del recorrido, hizo que al llegar junto a las primeras casas de Pinos Genil me diera una lipotimia, cuyos síntomas venía percibiendo desde atrás pero que, al saber que uno de los que venían en el grupo era médico -en la reunión del viernes anterior Miguel Martínez me había presentado a Antonio Garrido diciéndome que era médico cardiólogo- me daba cierta confianza de que, al menos, había alguien experimentado que podía proporcionarme los primeros auxilios. Pero sí, los primeros auxilios... funerarios; sentado en el suelo, con la cabeza agachada y cogida entre las manos para recuperarme, pasó Antonio junto a mí y, mirándome, dijo: “mala cara tienes, eh chaval”, y continuó andando hacia el bar de Juan.
Si en la Peña se hubiese instituido la concesión de un trofeo al sufrimiento y al valor, aquél día me lo tendríais que haber dado a mí, por lo que pasé y por haber tenido la osadía de seguir andando con vosotros. 

El lugar de reunión solía ser el paseo del Salón, junto a la biblioteca pública, desde donde se partía en coches particulares o en autobús de línea hasta el punto de inicio de la marcha. Para las excursiones de alta montaña y travesías invernales se solía alquilar una o dos furgonetas, que pagaba la peña, para traslado de los participantes hasta el punto de salida, recogiéndolos en el de llegada el mismo día o al siguiente, cuando el destino era Trevélez, Capileira o Lanjarón.