Galería de anécdotas

Galería de anécdotas

Antonio el fontanero tenía ocurrencias y detalles graciosos. Un día, bajando del Pico del Tesoro, como siempre campo a través por entre los pinos, sorteando las afiladas agujas de las hojas, el Momo resbaló varias veces cayendo hacia atrás. Entonces le dijo Antonio: “Momo, si tuvieras la nariz en el culo ya te habrías quedado chato”.

foto1Después de finalizada la excursión que correspondiese era costumbre tomar un aperitivo en algún bar, donde Antonio solía pedir un vaso de vino “común”; ante tan singular petición, el camarero que atendía se quedaba un poco indeciso esperando algún tipo de aclaración sobre cómo era el vaso de vino “común”, aclarándole Antonio: “Sí, co mún caldero”.

En una ocasión, tras bajar del Calar de Güéjar, estaban Miguel Martínez y Juan Valladares refrescándose en la fuente de los 16 caños. Para lavarse, habían dejado la ropa y objetos personales encima del poyete junto a la fuente; en un descuido, Juan empujó el reloj de pulsera, que cayó a la acequia que discurre debajo del poyete, arrastrándolo la corriente. Entonces le gritó a Miguel, que estaba cambiándose de ropa unos metros más abajo, al final del muro de la acequia: “¡Miguel, el reloj!”; contestándole Miguel: “las doce y media”.

Cuando la excursión finalizaba en Dúdar, por lo general se paraba a tomar el aperitivo en casa de Josefa, un mujer ya mayor –cuando escribimos esto aún vive, por cierto todavía con bastante buena salud, a sus 92 años- que tenía una tabernilla muy pintoresca donde vendía el vino en botellas de ½ litro, sin tapas. En una ocasión en que alguien le dijo que porqué no ponía alguna tapa con el vino, contestó: “Yo, desde que murió mi marido, dije que no molía más garbanzos”. A todos les extrañó aquella contestación, por lo que le preguntaron qué quería decir con aquello de moler garbanzos, contestando ella que su marido solía poner de tapa garbanzos tostados pero como los clientes que acostumbraban acudir a su taberna eran los jubilados del pueblo, la mayoría de los cuales no tenían dientes, ella les molía los garbanzos en un molinillo de café.

foto2Era un mes de julio de calor sofocante. Se había hecho la travesía del Caballo y posterior bajada a Lanjarón por la “vereda de los libros” (Vereda Real de Lanjarón). Al llegar al pueblo, acuciados por la sed, se dirigieron todos con premura hacia el bar que hay frente a la gasolinera, donde Pepe Sanjuan pidió tres tubos de cerveza, que se bebió uno tras otro, sin descansar, tras de lo cual pidió al camarero una caña, diciéndole: “es para esas aceitunas; es que yo, sin comer, no puedo beber”.

En el mismo bar, Miguel pidió agua de Lanjarón. El camarero le puso un vaso de agua del grifo y Miguel, con gesto de enojo, le dijo: “le he pedido a usted agua de Lanjarón”, a lo que el camarero replicó: “eso es lo que le he puesto, ¿o donde cree que estamos?. Entonces Miguel, a quien el asunto ya empezaba a fastidiarle, objetó: “lo que yo quiero es un botellín”, replicando el camarero: “ah, bueno, explíquese”.

Era el mes de enero. Aquella noche, en el refugio de Río Seco, todos procuraban buscar una litera que estuviese cerca del tubo de la “catalítica”. A Juan Valladares le tocó al lado del Nono. No había terminado aún de acostarse cuando comenzó el “concierto”; aquello no era roncar, era como el abordaje de una película de piratas, levitaban hasta las literas. Entonces Juan decidió cambiarse de litera y se acostó en otra cercana a la de Juan Hervás, pero fue peor pues Hervás hacía dúo con el Nono y ahora los ronquidos los oía en estéreo. 
Así que, en vista de la situación, cogió su saco de dormir y se fue a la habitación de al lado pensando que, aunque allí haría más frío, al menos podría dormir. A oscuras, se acostó en la cama de abajo de una litera cuando, al rato, todo comenzó a moverse, y era porque en la parte de arriba estaban acostados Enrique y Karina...; se había ido de un roncaero para meterse en un follaero. Al final decidió dormir en un banco junto a la catalítica (menuda noche).

Pepe del Sol decía que cuando los “Amigos del Purche” no podían subir una pendiente andando, la subían corriendo. 
(Sin comentarios)

foto3Corrían los años setenta cuando Juan Valladares, entonces un experimentado policía nacional en plenitud de facultades físicas, corredor ciclista, deportista..., con objeto de ampliar sus horizontes deportivos decidió salir con los “Amigos del Purche”. Hizo su primera excursión con la peña un domingo del mes de diciembre en que tocaba “correr” una de las más largas de la baja montaña: los Rebites, el Purche, vereda Bermeja (“la longaniza”), San Jerónimo, Casillas Rojas, Hotel del Duque, el Charcón, Maitena, para acabar en Güejar Sierra. Llegando al hotel del Duque comenzó a nevar débilmente. Como se había subido a buen ritmo y era temprano, Miguel propuso lavarse en el Charcón y tomarse la primera cerveza en Maitena. Juan, nuevo en la peña, interiormente pensó: “en el Charcón no hay ninguna fuente, entonces ¿dónde pensarán lavarse éstos?”.
Al llegar al río vio como todos se iban derechos hacia una poza que había en medio del cauce, totalmente cubierta por una capa de hielo, donde Pepe Ríos rompió el hielo con una piedra mientras se desnudaban y, en calzoncillos, metidos dentro de la poza, llenaban de agua pequeñas bolsas de plástico que se echaban por la cabeza, sin que dejasen de caer finos copos de nieve. Juan, ante aquella visión, pensó que se había metido en una secta religiosa pues nevando y con aquél frío, meterse en unapoza de agua helada y ducharse era más propio de chiflados que de personas, pero Pepe Ríos lo tranquilizó diciéndole que siempre lo hacían así(aunque él interiormente pensó: “pues yo no lo pienso hacer; si todavía fuese verano ...)NOTA 10  
Era un mes de agosto en que hacían la media integral Miguel, Juan Valladares y Pedro (quizás fuera ese el año en que menos gente participó en la media integral). Bajaban de Vacares, por la cuesta del Calvario, y pronto Pedro, con su extraordinaria facilidad para bajar (y para subir, y para llanear, y para correr, y para... todo), se adelantó, dejando atrás a Miguel y a Juan. Cuando éstos llegaron cerca de lo que se conoce como choza del Tío Papeles encontraron a un pastor al que preguntaron si había visto pasar por allí a otro montañero, dándole referencia de cómo iba vestido y de su estatura aproximada y complexión física, contestándoles el pastor que efectivamente, lo había visto pasar por allí, que les llevaba unos veinte minutos de ventaja, añadiendo muy serio: “pero no se preocupen ustedes, que lo alcanzarán, porque va muy mal pues va cojeando”.

foto4Un día en que desde la Silleta se bajaba al Padul por la vereda de Piedra Ventana, al llegar al cruce de veredas que existe en mitad del bosque de pinos, hacia media bajada, Eduardo Osorio, que iba el primero, se despistó y se fue directo a los cortes de las canteras. Cuando todo el grupo se reunió en el bar del Padul donde se solía tomar el aperitivo, Eduardo se empeñó en que todos los demás se habían equivocado de itinerario menos él; le dijeron que sí, que llevaba razón, pero al único que estaba buscando Paco Lobatón era a él.

Gerardo, el guarda del refugio “Félix Méndez”, de Río Seco, solía hacer por la noche unas natillas riquísimas, que retiraba del fuego para comérselas nada más terminar de cenar. Como estaban muy calientes, para enfriarlas abría un postigo de la ventana por donde sacaba la bandeja al exterior durante un par de segundos, introduciéndola en seguida diciendo: “ya están frías”.

Hubo un tiempo en que la peña fue rica y aristocrática pues llegó a tener “cuatro Palacios”.

Un año en que se hacía la excursión Trevélez-Güéjar Sierra, aquél sábado por la tarde el grupo se trasladaba hasta Trevélez en el autobús de línea de la empresa Alsina Graells, para iniciar desde allí la excursión el domingo de madrugada. Al parar el autobús en Capileira, allí se apearon varios pasajeros, entre ellos una chica que al recoger la mochila del departamento de equipajes se llevaba la de Valladares. Éste, al verlo, se apeó rápido y cogiendo a la muchacha por el brazo le dijo que la iba a denunciar por ladrona; la pobre muchacha se quedó lívida, un color se le iba y otro le venía, diciendo que aquella mochila era la suya. Al final resultó que las dos mochilas eran idénticas, sólo se diferenciaban en que la de Juan llevaba pegado el escudo de la peña. Pero si no se llega a dar cuenta, cuando hubiese llegado al día siguiente a Güéjar Sierra se hubiese tenido que cambiar de bragas y sujetador.

foto5Juan López Olea, “Juani”, era una persona que siempre iba muy bien acicalado y perfectamente peinado. Julio Molina, que era representante de perfumería, a veces le regalaba muestras de productos que él representaba, regalándole en una ocasión un peine que medía 30 cm.

Una proeza digna de resaltar fue la protagonizada por Manuel Pancorbo, recién ingresado en la peña. Se hacía la travesía invernal a Trevélez. A la hora prevista para salir desde el Paseo del Salón en la furgoneta que debía de subir a los participantes hasta el albergue universitario, no apareció Manolo por lo que la furgoneta partió sin él. Éste, que se había quedado dormido, tomó entonces el autobús de la empresa Bonal que subía a la sierra, pero al llegar a los albergues el resto de compañeros ya hacía bastante rato que habían partido. Sin embargo, no lo dudó un momento y sin conocer el itinerario ni la zona, pues nuevo como era en la peña aún no había hecho ninguna excursión de alta montaña, se puso a caminar siguiendo las huellas en la nieve de los que le precedían y de esta manera llegó al refugio “Félix Méndez” al anochecer.

En una de las excursiones a Iznalloz en que se salía desde la Fuente Grande de Alfacar, Miguel dijo que se comería en el cortijo del Cura, adonde estaba previsto llegar hacia mediodía y donde dijo que prepararían para el grupo dos pollos camperos, pues el cortijo funcionaba como una especie de venta, que él se había informado bien. Así que se salió con lo justo, un poco de agua para el camino y algunos ni siquiera eso. Eran las 2 de la tarde cuando el grupo llegó al cortijo del Cura, pero ¡oh, sorpresa! allí no había nadie, el cortijo estaba cerrado a cal y canto, por lo que, muertos de hambre y cada cual jurando para sí que era la última vez que salía sin provisiones, hubo que continuar hasta el pueblo.